viernes, 26 de julio de 2013

Vestido de lunares

La falda de vuelo caía grácilmente hasta la altura de sus rodillas; respondía con un ligero movimiento cuando ella daba media vuelta, cuando caminaba rápidamente por las calles de Sevilla o en el momento que se levantaba de su asiento. La parte superior del vestido se ceñía sorprendentemente bien a su estrecha cintura, como si lo hubieran diseñado a su medida. 

No era el caso. 
Su abanico negro, en los pliegues del cual había pintados, muy cuidadosamente, un par de geranios de un color rojo intenso, se batía con fuerza en las manos de la mujer. Manos femeninas y frágiles, dedos delgados y largos, vestido el corazón con un anillo de oro blanco. 
Su hogar, Sevilla, la mimaba y la mecía entre sus brazos. Se perdía bajo los balcones florecientes y el calor acogedor de finales de Abril. La alegría de sus gentes, el olor a primavera y las terrazas repletas de colores... 
Y, acorde con su ciudad, ella se ponía el vestido de lunares y sacaba su frescura y su salero a pasear. Que no le importaba ninguna otra, que la acogía y la hacía sentir la más cándida imagen de la felicidad. Y sólo se conformaba con el taconeante sonido de su caminar por las calles de una Sevilla alegre y viva. 

martes, 23 de julio de 2013

El glamour hace tiempo que murió

El mundo cambia, es cierto. Y con él, cambia la manera de percibirlo. Cambian los ojos de Hollywood, la interpretación de una mirada, el gusto sencillo del séptimo arte y la actitud desenfadada de la música. Nos encontramos en la época de la abundancia: abundancia de “estrellas” en la música y abundancia de actores guapísimos que únicamente sirven para decorar las pantallas de cine. Aquí la cosa es vender, sólo por gusto a la fama.
Con todo esto, no es de extrañar que se echen en falta a las verdaderas estrellas, las luces del pasado, aquéllas que jamás dejarán de brillar, perpetuas e inextinguibles. La elegancia infinita de las celebridades de antaño es complicado encontrarla hoy en día, una magia que atrapa e impacta al instante.
Personajes de la gran pantalla como Marilyn Monroe o Humphrey Bogart parecían estar al margen del resto de mortales, siempre inalcanzables. Y es que desprendían romanticismo y sexualidad al mismo tiempo, sin llegar a transmitir un erotismo explícito, al contrario que hoy en día. Era esa capacidad para seducir con la actitud y la sola presencia la que enamoraba al público de la época. Las mujeres, con su belleza y discreción; los hombres, con su porte, gallardía y cierto aire aristocrático.
Sin embargo, el glamour se perdió por el camino. En lugar de ver a Brigitte Bardot paseando su habitual sensualidad, vemos a Lindsay Lohan saliendo trompa de una discoteca, y la rebeldía sin causa de James Dean se ha visto sustituida por actores del tres al cuarto que nada tienen que hacer a su lado.

Ya no se tiene respeto por la intimidad de las celebridades, y por desgracia, la mayoría ni siquiera se respetan a ellas mismas. 


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